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Pero hay mucha gente que busca el éxito como forma de alcanzar la felicidad. ¿Qué les dirías?
Que se engañan a sí mismos. El éxito es un halago para la vanidad, pero es una trampa para el sentimiento. La única manera de conseguir la felicidad es llenarse de amor.
¿Podrías dar un consejo breve que resuma todo lo que has dicho para vencer la vanidad desde la comprensión?
Sí. El paso que debe dar el vanidoso para superar su defecto es comprender que la felicidad no depende del exterior sino del interior. Esta es la gran lección que todos hemos de aprender: la felicidad verdadera no depende de que los demás te amen, sino de que tú ames. Por lo tanto, si quieres ser feliz, deja de buscar desesperadamente que los demás te amen y busca despertar tu propio sentimiento.
¿Qué le dirías a un vanidoso que le pudiera ayudar en su evolución?
Jamás conseguirás ser feliz a través de lograr la admiración, el cariño, el éxito, el reconocimiento de los demás. Si estás insatisfecho con tu vida, si te sientes solo y vacío, no busques fuera a los culpables de tu infelicidad, porque no están fuera, sino dentro de ti. No busques calentarte en el fuego de los demás porque nunca tendrás bastante. Enciende tu propia llama para que así no dependa tu estado de lo que hagan o dejen de hacer los demás por ti. Deja a un lado el egoísmo y ama, porque la única manera de llenar el vacío interior es amar incondicionalmente.
Parece una contradicción lo que dices ahora con lo que has dicho anteriormente. Si uno renuncia a que lo amen, ¿Cómo va a poder amar?
Tal vez me haya explicado mal. No hay que renunciar a ser amado. Lo que quiero decir es que buscamos de forma incorrecta la felicidad. Ponemos todo el peso en un plato de la balanza y exigimos que la balanza esté equilibrada.
No sé lo que quieres decir exactamente. ¿Tienes algún ejemplo que me pueda servir para entenderlo?
Sí. Imaginaos que reunimos a toda la humanidad en una plaza gigantesca para repartir todo el amor que existe en el mundo. Primero preguntamos: "¿Quién quiere recibir amor?". Veremos que el 100% de la gente levanta la mano insistentemente diciendo: "Yo, yo. A mí primero. Yo soy el que más lo necesita". Pero si ahora preguntamos: "¿Quién está dispuesto a dar su amor?". Veremos como rápidamente la plaza se queda vacía y solo unos pocos de los que había se quedan para levantar la mano. ¿Qué es lo que quedará para repartir? Solo el amor que dan unos pocos. Pues esto es lo que ocurre en vuestra humanidad, que solo el amor de unos pocos sostiene al mundo, porque la mayoría está solo dispuesta para recibir, pero no para dar amor, sino principalmente para satisfacer su egoísmo.
Esperamos, como sujetos pasivos, a que el amor venga de fuera. A que, por arte de magia, ese amor del exterior nos alcance y nos haga ser felices, sin que nosotros tengamos que hacer nada, como si de una droga se tratara. Pero, como digo, aun recibiendo todo lo que necesitamos, si permanecemos pasivos, si no hemos luchado por vencer nuestro egoísmo, llegará ese ser que nos ama para darnos todo lo que lleva dentro y diremos: "No es suficiente, todavía no soy feliz. Todavía necesito que me des más". Y exigiremos más y más porque nunca será suficiente para llenar nuestro vacío interior. Y nunca apreciaremos lo que se nos ha dado, sino que solo veremos aquello que todavía no hemos recibido. Cualquier pequeño obstáculo de la vida será un motivo de queja. Si amanece nublado nos quejaremos porque hace frío, si amanece soleado nos quejaremos porque hace calor. Y todo ello porque buscamos incorrectamente. Ese vacío que uno siente solo se puede llenar con el amor que uno mismo es capaz de generar, de forma activa, para sí mismo y para los demás. Por lo tanto, para ser feliz es tan necesario dar amor como recibirlo.
Volvamos al tema de la vanidad. Digo yo que no todo el mundo que se encuentre en la etapa de la vanidad tendrá las mismas características.
No. Dentro de la vanidad existen diferentes grados. En una primera etapa de vanidad inicial se dan las manifestaciones más primitivas y materiales del egoísmo, como la avaricia (no querer compartir con los demás lo que uno tiene), la codicia (querer poseer cada vez más, aun perjudicando a otros), la envidia (rechazo por los que tienen algo material que uno codicia). En una segunda etapa, cuando el espíritu avanza en el conocimiento de los sentimientos, este egoísmo materialista comienza a transformarse en egoísmo espiritual. En esta etapa el espíritu continúa aferrándose al egoísmo, pero al mismo tiempo ya ha comenzado a desarrollar el sentimiento. Aunque todavía es reacio a dar, es capaz de reconocer la presencia de amor y el bienestar que produce, y busca recibirlo. Es entonces cuando la avaricia se va transformando en apego (no querer compartir con los demás el cariño y el amor que uno recibe de determinadas personas) y la codicia, en absorbencia (querer que todo el mundo esté pendiente de uno para darle cariño), mientras que la envidia toma un cariz más sutil y se transforma en aversión por los que tienen alguna virtud espiritual que uno no tiene pero que le gustaría tener. Al ser más sensibles, tienen un concepto de justicia más desarrollado, pero cuando el asunto les concierne a ellos, con frecuencia actúan injustamente favoreciéndose a sí mismos a sabiendas, por seguir aferrándose a su egoísmo, con lo cual son más culpables por ser más conscientes.
¿Qué avance fundamental ha logrado el espíritu para poder decir de él que ha superado la etapa de la vanidad?
El principal logro que marca la frontera entre la vanidad y el orgullo es el despertar del propio amor espiritual. Mientras que el vanidoso es eminentemente un espíritu receptor de amor, el orgulloso ya es un espíritu dador de amor. Significa que ha adquirido la capacidad de amar verdaderamente por iniciativa propia de forma bastante afianzada.
¿Quiere decir esto que el vanidoso no es capaz de amar o no ha experimentado el amor?
No, por supuesto. Todos los espíritus son capaces de amar. De hecho todo espíritu que ha llegado a la fase del orgullo ha pasado antes por la fase de la vanidad y, por supuesto, el pasar a ser un emisor de amor no sucede de un día para otro, sino que existirá un prolongado tiempo en el que habrá una lucha entre el despertar del sentimiento y el egoísmo, entre lo que enciende y lo que apaga la llama del amor. En el vanidoso esa llama es débil, se enciende y apaga continuamente. Todavía no hay una voluntad firme de trabajar por los sentimientos y no pone énfasis en alimentar esa llama, ya que todavía está muy pendiente de satisfacer sus caprichos egoístas.
Dicho de otro modo, mientras que el vanidoso todavía no ha sido capaz de encender o avivar su propia llama y todavía busca calentarse con el fuego que emana de los demás, el orgulloso ya ha descubierto la forma de encender su propio fuego interior y su voluntad trabaja con mayor firmeza para mantenerlo encendido, porque ha reconocido y experimentado algo de la felicidad verdadera que emana cuando esa llama arde con fuerza y quiere experimentarlo con mayor intensidad.
¿Y cómo aprende el espíritu a encender su propia llama?
Con la experiencia propia y el ejemplo de otros espíritus más avanzados.
Generalmente un espíritu vanidoso es iniciado en el amor por un espíritu más avanzado, dador de amor, encarnado como alguien cercano: su propia pareja, un familiar, como el padre, la madre, un hijo o hija, un hermano o hermana. Muchas veces el espíritu menos avanzado, acostumbrado a que los demás trabajen por él, no toma conciencia en ese momento de lo que se le está dando y pide cada vez más y más... Hasta que lo pierde. Se despierta entonces una nostalgia por el amor perdido y un deseo de volver a experimentar lo que un día se tuvo, una toma de conciencia y un reconocimiento de que fue amado y no fue capaz de apreciarlo. Esta necesidad despierta los primeros sentimientos por la persona o personas que tanto le dieron, que perdurará para otras vidas. Es decir, que para que uno pueda ser capaz de dar amor, primero ha de ser capaz de recibirlo. En vidas subsiguientes, el espíritu afrontará la experiencia de convivir cercanamente con otros espíritus menos avanzados que él, que requerirán de él lo mismo que él requirió de los demás y así se verá confrontado con su propio yo, para que reconozca en las actitudes egoístas de los demás la suya propia. Este aprendizaje se puede prolongar durante multitud de vidas, alternando las vidas en las que se hace el papel principal de receptor o de dador. Cuanto más se da como dador, más se recibe como receptor. Ya depende de la voluntad del espíritu el seguir el camino del amor o el de continuar por el del egoísmo.
¿Qué otros avances ha logrado el espíritu después de superar la etapa de la vanidad?
Haré una descripción general de los logros que ha alcanzado el espíritu que se ha desprendido bastante de la vanidad y se encuentra plenamente inmerso en la etapa del orgullo, los cuales emanan del hecho de que se trata ya de un espíritu conocedor del sentimiento, afianzado como dador de amor.
El concepto de justicia está más desarrollado. La persona que ha llegado al orgullo es más consciente de lo que es verdadero y justo y de lo que es solo apariencia. En general, los orgullosos se comportan más justamente. Ya no procuran favorecerse a sí mismos si para ello han de ser injustos, sino que en sus decisiones tienen en cuenta el perjuicio que pueden causar a los demás. El orgulloso ya no pretende que le complazcan, busca que le quieran y también querer auténticamente. La cualidad contraria a la vanidad, y que el orgulloso ya ha adquirido, es la modestia, porque no busca hacer las cosas para llamar la atención, sino por la satisfacción de ser justo y generoso. Los orgullosos son generosos con aquellos a quienes quieren. Por lo tanto, en las relaciones, ya no buscan ser el centro de atención. Prefieren una amistad auténtica a cien superficiales.
¿Quiere decir esto que si el orgulloso es espiritualmente más avanzado que el vanidoso, también avanza más rápidamente?
No, porque la rapidez del avance depende de la voluntad y el énfasis que ponga el espíritu en desprenderse del egoísmo y en amar. Hay orgullosos que se han detenido en su evolución, cuyo estancamiento puede durar muchas vidas, así como vanidosos que ponen mucha voluntad en avanzar y progresan rápidamente. Aunque sí es cierto que el mayor conocimiento y conciencia de los sentimientos hace que el más avanzado tenga más capacidad para avanzar y pueda ser más firme en su voluntad de avance, y sufre más cuando se estanca, con lo que también este malestar le supone un revulsivo para avanzar. Comparar un espíritu avanzado que lleva muchas encarnaciones a sus espaldas con uno joven y poco avanzado es tan ridículo como creer en la validez de los resultados de un mismo test de inteligencia que se hace a un niño de siete años y a un joven de quince. Lo normal es que el de quince años obtenga mejores resultados que el de siete, aunque este pueda ser muy inteligente, lo cual no tendría ningún mérito, ya que el de quince, por tener más edad, ha tenido más tiempo para aprender y está más desarrollado, física y mentalmente. Por tanto, las comparaciones evolutivas no han de hacerse con los demás, sino con uno mismo respecto a lo que ha podido avanzar de una encarnación a otra, ya que el nivel evolutivo no depende solo de la rapidez con la que se aprende, sino también del tiempo que lleva cada espíritu evolucionando. Y como cada ser tiene una edad espiritual distinta, lo que ocurre generalmente es que los espíritus más viejos están más evolucionados que los más jóvenes, sencillamente porque llevan más tiempo de evolución. No obstante existen casos particulares de espíritus jóvenes que han progresado muy rápidamente y han adelantado a otros más viejos que ellos, y a la inversa, espíritus muy viejos que se han estancado espiritualmente durante mucho tiempo y que son adelantados por generaciones de espíritus más jóvenes.
¿Podrías poner un ejemplo que remarque la diferencia entre el nivel evolutivo y la rapidez del progreso evolutivo?
Sí, el de dos coches que parten del mismo punto, pero uno lo hace una hora antes que el otro. El que sale el segundo inicialmente está más retrasado. Pero si su velocidad es mayor que la del primero, en algún momento le alcanzará. La distancia recorrida equivale al nivel evolutivo del espíritu, mientras que la velocidad, al ritmo de evolución en cada momento.
Volvamos al tema del orgullo. ¿Puedes explicar entonces qué es el orgullo y cuáles son sus manifestaciones?
El principal problema del orgulloso es la dificultad en encajar la ingratitud, el egoísmo y la falta de amor de otras personas hacia él, sobre todo si ha establecido vínculos afectivos con ellas. Aunque el orgulloso es capaz de querer fácilmente a los que lo quieren, todavía demuestra dificultad en querer a los que no lo quieren. Por ello, el orgulloso se resiste a aceptar a las personas queridas tal cual son, con sus virtudes, pero sobre todo con sus defectos. El orgulloso tiene gran dificultad en admitir que puede estar equivocado en sus concepciones. Le cuesta encajar el amor no correspondido, es decir, que haya personas que, por mucho que se las quiera, persistan en sus actitudes egoístas, sobre todo si se da en familiares muy allegados, como los padres, los hermanos, la pareja, los hijos, etc. Espera algún cambio de ellas a raíz de los esfuerzos que él mismo pone para que cambien, y se desespera, se deprime o encoleriza cuando, a pesar de ello, no lo consigue. Es capaz de dejarse absorber con tal de que le expresen un pequeño gesto de cariño. Pero cuando descubre que está siendo manipulado por determinadas personas, se encoleriza sobremanera, y se le puede despertar el rencor hacia ellas. Aunque aparentemente no busca recompensa en lo que hace, todavía encaja mal la ingratitud, es decir, cuando pone su mejor voluntad para ayudar a alguien y recibe palos a cambio.
Por ello, las manifestaciones del orgullo se desencadenan cuando el orgulloso sufre algún episodio de ingratitud o desamor. Frente a las contrariedades y las heridas en sus sentimientos reacciona encerrándose en sí mismo, aislándose de las relaciones humanas. Se le despierta entonces la ira, la rabia, la impotencia, la testarudez, el miedo, la culpabilidad. Tiene tendencia a ocultar sus sentimientos y emociones, miedo a expresar lo que siente por temor a que le hieran en sus sentimientos más profundos. Por un lado, reprime los sentimientos negativos porque no quiere ser digno de lástima, ni que otra gente lo vea débil y aproveche su debilidad para hacerle daño. Por el otro, reprime los sentimientos positivos porque no quiere que a las personas vanidosas se les despierte la envidia e intenten perjudicarle. La tendencia a reprimir los sentimientos positivos les hace sentirse desgraciados. La tendencia a reprimirse y ocultar estados de ánimo negativos, a sufrir en silencio, puede hacerlo estallar de cólera, rabia e ira en momentos puntuales, de lo cual se siente culpable posteriormente. Son la desconfianza en los demás y el creerse autosuficiente para tratar cualquier problema las actitudes que más le aíslan de los demás.
¿Cuál es la manifestación más dañina del orgullo?
El llegar a creer que uno no es digno de recibir amor, de ser amado auténticamente, y que, por tanto, tampoco merece la pena amar. Esta es la actitud que más le hace aislarse en sí mismo, la que lo puede transformar en alguien reservado, apático, tímido, triste, melancólico, irascible y sin ganas de vivir.
Si hemos dicho antes que el vanidoso no es capaz de apreciar cuando se le ama, el orgulloso no permite que se le ame. Así que por una razón o por otra el resultado es que por culpa del defecto, la persona, aunque esté siendo amada, no se siente amada. El vanidoso, porque, más que de recibir sentimientos, está pendiente de que satisfagan su egoísmo. El orgulloso, porque, al encerrarse en sí mismo para evitar que le hagan daño, se niega a recibir para sí mismo cualquier muestra de afecto. Puede ocurrir que ya desde la niñez haya tenido que hacer de todo para que se le preste un poco de atención y por ello se haya autoconvencido de que no hay nada mejor, de que no puede ser querido por alguien tal como es. ¿Y qué ocurre entonces? Que cuando llega alguien dispuesto a amarlo de esa forma, incondicionalmente, tal como es, y no por lo que hace, se asusta y se esconde en sí mismo. Lo rechaza sencillamente porque no se lo puede creer. "No me puedo creer que alguien me quiera, que no quiera aprovecharse de mí. Seguro que hay alguna trampa. Seguro que si me abro para recibir, me darán la gran puñalada y sufriré todavía más. No merece la pena". Y entonces, el orgulloso, aunque tiene lo que necesita para comenzar a ser feliz y es capaz de apreciarlo, lo rechaza. Entonces sufre por no querer sufrir, por no querer luchar por los sentimientos.
¿Y qué se puede hacer para vencer el orgullo?
Al igual que para la vanidad, el primer paso es tomar conciencia del defecto y el segundo paso es la modificación de la actitud. El mero hecho de adquirir conciencia del defecto y sus manifestaciones no impedirá por sí mismo que se presente. Pero el reconocerlo nos ayudará a evitar actuar conforme él quiere a la hora de tomar decisiones en nuestra vida. Si esas decisiones las tomamos ahora en función de lo que nos dictan los sentimientos, el defecto se irá debilitando paulatinamente hasta que finalmente será vencido.
La toma de conciencia pasa por conocer en profundidad qué es el orgullo, cómo se manifiesta en uno mismo y qué es lo que lo alimenta. El orgullo se alimenta del miedo, la desconfianza, la autosuficiencia y se manifiesta como aislamiento y represión de la sensibilidad. El orgullo es para la sensibilidad del espíritu como una coraza que la envuelve, una fortaleza inexpugnable que la rodea y que impide la entrada y la salida de los sentimientos. Por lo tanto hay que luchar para echar abajo esa coraza.
El paso inicial que tiene que dar el orgulloso para vencer su orgullo es liberarse de la creencia de que no es digno de ser amado, de que jamás encontrará a alguien que lo ame verdaderamente. El que busca el amor verdadero y correspondido lo encuentra tarde o temprano, porque los espíritus que son afines tienden a buscarse y se reconocen cuando se encuentran. Pero hay que ser paciente y constante, porque el que cierra la puerta a cal y canto para protegerse de lo malo, la cierra también para experimentar lo bueno. Está bien ser prudente para evitar que nos hagan daño. Pero no podemos renunciar a los sentimientos, ni devolver ingratitud con ingratitud, odio con odio, rencor con rencor, porque lo que nos hace sufrir a nosotros también hace sufrir a los demás. Y el que es más consciente del sufrimiento por tener más sensibilidad es más responsable de crearlo que aquel que genera sufrimiento sin ser consciente. Ya os he dicho y lo repito, no estáis solos. Todos, absolutamente todos, sois amados profundamente por Dios, por vuestro guía, por multitud de seres espirituales y amigos, vuestra familia espiritual, encarnados o desencarnados. Y todavía más: cada uno de vosotros tiene un alma gemela, una media naranja, a través de la cual experimentaréis el despertar del amor puro e incondicional. Solo hace falta que toméis conciencia de ello.
También ha de aprender a encajar mejor la ingratitud de aquellos que le hicieron daño, porque tiene capacidad de comprender a aquellos que no comprenden y ha de comprender que una vez estuvo él también en la misma situación.
Al mismo tiempo, ha de perder el miedo a ser él mismo. Ha de liberarse de las cadenas tendidas por aquellos que dicen que le quieren, pero que actúan queriéndolo someter. Pero tampoco ha de tomar el camino contrario, es decir, el de aislarse de las relaciones humanas por temor a sufrir. No está mal el desear que a uno lo quieran, pero ha de saber que no todo el mundo tiene la misma capacidad de amar y no debemos exigir a los que son nuestros allegados o simplemente conviven cotidianamente con nosotros que nos quieran o nos respeten con la misma intensidad que nosotros les queremos o respetamos, solo porque nos gustaría ser correspondidos. Porque ¿quién es más culpable de desamor, aquel que no ama porque no sabe (vanidoso) o aquel que, sabiendo amar, se inhibe de hacerlo por su defecto (orgulloso)?
Es importante también que no se sobre esfuerce en complacer a los demás, si ello significa renunciar al propio libre albedrío, creyendo que de esta manera conseguirá despertar en los demás el sentimiento que todavía no se ha despertado, porque ese sobreesfuerzo sin recompensa le pasará factura más tarde en forma de decepción, tristeza, desengaño, amargura, rabia e impotencia. Como ya he dicho, el auténtico amor se da incondicionalmente, sin esperar nada a cambio, y no se puede obligar a nadie a dar algo que no quiere o no puede dar.
Brevemente, ¿Qué le dirías a un orgulloso que le pudiera ayudar en su evolución?
Que cuando te sientas triste o vacío no te encierres en ti mismo. No reprimas tus sentimientos creyendo que vas sufrir menos por no sentir, porque sufrirás todavía más y será además un sufrimiento estéril que no te lleva a ningún sitio. Busca vivir de acuerdo con lo que sientes y no con lo que piensas. Sé comprensivo con los demás, pero no te dejes llevar por lo que los demás esperan de ti, si no es lo que tú sientes. No te escudes en el daño que te han hecho para justificar tu desconfianza y tu aislamiento. Sé prudente con los que sientas que quieren aprovecharse de tus sentimientos pero abierto con los que van hacia ti de buena fe.
¿Y cómo ha de hacerse para no dejarse absorber y al mismo tiempo no hacer daño a los demás?
Hay que saber si el sufrimiento de la otra persona es debido a alguna actitud egoísta de nuestra parte o si sufre por su propio egoísmo, es decir, por no querer respetar nuestra voluntad y libre albedrío. Si es por una actitud egoísta nuestra, debemos trabajar para modificarla, pero si es por el egoísmo de la otra persona, será esta la que tenga que hacer un cambio para estar mejor, porque es ella misma la que se provoca el sufrimiento. Ha de saber que sufre por sí misma, aunque crea que es por lo que los demás le hacen.
¿Y si no quiere cambiar?
No se le puede forzar a cambiar, porque eso sería una vulneración de su libre albedrío y aunque ese cambio le pueda ser beneficioso, si es forzado no es auténtico. Pero eso no le da derecho a forzar la voluntad de los demás, con lo cual el espíritu sometido a una actitud egoísta de otra persona que busca complacer su egoísmo no debe ceder en sus sentimientos y convicciones profundas.
¿Y cómo puedo distinguir, por ejemplo, si tengo un conflicto con una determinada persona, cuándo esa persona sufre por su propio egoísmo o por una actitud egoísta mía?
Ponte en el lugar de la otra persona y analiza cómo te sentirías en su lugar y qué querrías tú en su situación. Si cambias tu decisión como receptor de una acción respecto a lo que tenías pensado hacer como emisor o ejecutor de esa misma acción, es que había algo de egoísmo e injusticia en tu actitud. Si mantienes la misma postura como receptor y como emisor, estás más cerca de ser justo. De todas maneras, usualmente suele ocurrir que hay una mezcla de todo, es decir, que hay actitudes egoístas en ambas partes, con lo que a cada uno le corresponde rectificar su parte de actitud egoísta, pero mantenerse firme en lo que no lo es y no ceder frente a las actitudes egoístas de los demás. Al final todo se resume en la máxima "no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran ti" y "lucha para que los demás no te hagan a ti ni a los que dependan de ti lo que sabes que es motivo de sufrimiento y una vulneración de la voluntad".
Necesito un ejemplo para entenderlo mejor.
Te pondré un ejemplo. Imagina una madre que le pega al hijo como forma de educarle porque, según ella, es la forma en que el niño obedece, sin tener en cuenta el dolor físico y psicológico que le puede estar causando. Si realmente está convencida de que su actitud es la correcta, entonces no tendrá ningún problema en admitir que a ella le pegue su marido y que para justificarse este utilice los mismos argumentos que utiliza la mujer respecto al hijo. Pero resulta que como a todo el mundo nos hace sufrir que nos peguen, seguramente esta mujer se quejará amargamente de su situación con el marido y, por supuesto, no estará de acuerdo en que su marido le continúe pegando, ya que sufre terriblemente por ello. Esa madre deberá caer en la cuenta de que si sufre porque su marido le pega, también su hijo debe estar sufriendo en la misma medida cuando ella le pega, y si quiere ver la realidad y aprender de ella llegará a la conclusión de que el hecho de pegar está mal en sí mismo, porque provoca sufrimiento y no hay motivo que lo justifique. ¿Cuál es la solución para esta mujer? Renunciar al uso de la violencia contra su hijo, porque de esa manera vence su propio egoísmo, su afán de doblegar por la fuerza la voluntad de otro ser más vulnerable y, al mismo tiempo, luchar por liberarse de la opresión del marido agresivo y egoísta que vulnera violentamente su propio libre albedrío. Si el agresor sufre al perder a su víctima no es porque la víctima le esté haciendo daño, sino porque no quiere renunciar a su egoísta deseo de doblegar por la fuerza la voluntad de otro ser.
Antes has dicho que no hay que sobre esforzarse en complacer a los demás. Esto parece una contradicción porque, cuando quieres a una persona, ¿acaso no intentas complacerla en todo para que se sienta feliz?
Es un gran error creer que a una persona se la quiere más cuanto más se la complace, y es la gran trampa en la que cae mucha gente bienintencionada. A una persona a la que se quiere hay que intentar ayudarla, comprenderla y respetarla, antes que complacerla. Es importante saber la diferencia entre complacer y ayudar, porque puede ocurrir que cuando complaces a alguien, en vez de ayudarle, le estés perjudicando, si lo que complaces es su egoísmo. Y te perjudicas a ti mismo si cuando complaces sometes tu voluntad al egoísmo de otra persona y pierdes tu libertad.
¿Y cómo distinguir entre ayudar y complacer?
Cuando una persona se carga sobre las espaldas las pruebas o circunstancias que le corresponde superar a otra, se le complace y no se le ayuda, ya que impides que se ponga a prueba en sus capacidades y contribuyes a su estancamiento espiritual. La auténtica ayuda consistiría en apoyar y alentar a la persona para que resuelva ella misma sus pruebas o circunstancias, y así pueda avanzar.
¿Me puedes poner un ejemplo que aclare la diferencia entre ayudar y complacer?
Sí. Imagina dos niños de la misma clase a los que el profesor manda deberes escolares para casa. Para ambos niños resultan un tedio los deberes porque prefieren pasar todo el tiempo jugando, e intentan eludirlos. Imagina que el padre del primer niño, para evitarle el fastidio al hijo y que este no se enfrente a la tesitura de llevar los deberes al colegio sin hacer, decide realizarlos él mismo en lugar de su hijo, mientras este sigue jugando tranquilamente. El segundo padre opta por sentarse con su hijo y ayudarle a que sea el mismo niño el que los realice, aunque eso signifique que este deje sus juegos durante un rato. El primer padre es el que complace, porque realiza las tareas que el hijo considera tediosas, pero no ayuda, ya que los deberes de casa son una circunstancia que corresponde pasar a su hijo y que es necesaria para su aprendizaje. Este padre está contribuyendo a que su hijo se vuelva perezoso, dependiente y caprichoso, y que para cualquier circunstancia busque que sean los demás los que le resuelvan sus problemas. El segundo padre no complace, porque se expone con su actitud a un posible ataque de cólera del hijo que no quiere interrumpir su juego, pero sí le ayuda, ya que contribuye a que el niño aprenda y asuma sus responsabilidades.
¿Entonces está mal complacer a una persona querida?
No siempre. Solo si cuando complaces lo haces a costa de perder tu libertad o contribuyes a que la otra persona se estanque espiritualmente, cuando le sustituyes en pruebas que le corresponde a ella superar.
Retomemos la cuestión del orgullo, ¿Qué avances ha logrado el espíritu después de superar la etapa del orgullo?
El espíritu se siente más seguro y consciente de sus sentimientos y de que debe vivir conforme siente para ser feliz. Tiene menos miedo a mostrarse tal y como es. Por ello, es más abierto, más alegre, más espontáneo, más libre, con menos barreras hacia los sentimientos. Se encierra menos en sí mismo. Encaja mejor la ingratitud. Es más comprensivo con los demás. Se le despierta menos el rencor y la rabia porque se sobre esfuerza menos en complacer, es decir, se deja absorber menos y no permite que le esclavicen fácilmente. Espera menos a cambio del amor que da. Está más abierto a percibir el amor de los demás hacia él y más abierto a dar el amor que lleva dentro a los demás. Le afectan menos las circunstancias negativas y aprecia mejor y disfruta de las positivas.
¿Qué es lo que marca entonces la transición entre la etapa del orgullo y la siguiente de la soberbia para considerarlo como dos etapas distintas?
El orgulloso es capaz de dar y recibir amor pero se reprime de ambas cosas por temor a sufrir y para ello crea una coraza anti sentimientos a su alrededor. Esa coraza anti sentimientos es el orgullo. La eliminación casi completa de esa coraza marca la transición a la etapa siguiente.
Bueno, parece que estemos llegando al final del camino hacia el amor incondicional, ¿no?
Todavía no. Que el espíritu se haya liberado bastante de sus represiones, de sus miedos, que encaje mejor ciertas actitudes negativas, como la ingratitud, no significa que lo tenga completamente superado. El espíritu que ha superado el orgullo todavía ha de superar una forma de egoísmo más sutil, un orgullo avanzado: la soberbia.
¿Podrías exponer lo que es la soberbia y qué la caracteriza?
La soberbia es la falta de humildad, un exceso de lo que llamáis incorrectamente amor propio. Las dos asignaturas pendientes principales que le quedan al espíritu para superar en esta etapa son la falta de humildad y el apego, o dificultad en compartir el amor de los seres amados. El soberbio se cree muy seguro de sí mismo, que no necesita de los demás, que es autosuficiente para todo. Aunque suele estar dispuesto a ayudar a los demás, raramente pide ayuda para sí mismo, aunque realmente la necesite, porque su defecto le hace creer que pedir ayuda es síntoma de debilidad. Por ello se cubren ante los demás. Suelen ocultar sus necesidades, sus debilidades, sus defectos, sus bajadas de moral, para que nadie les note cómo están, para que nadie les diga, ¿te ocurre algo, necesitas ayuda? Y si alguien les nota algo, se ponen nerviosos, se enfadan porque les cuesta admitir que no son autosuficientes. Es decir, se les manifiesta la desconfianza, la ira y la arrogancia. Aunque el soberbio es menos susceptible que el orgulloso y se siente menos herido cuando se le trata con ingratitud, es calumniado o se siente engañado, también se le despierta la ira y la arrogancia en estas situaciones, así como en aquellas que no puede solucionar conforme a sus planes.
Por ejemplo, cuando recibe el desprecio o la burla de alguien al cual está intentando comprender o ayudar, se le despierta la ira y la arrogancia, y puede dar contestaciones como "Tú no sabes quién soy yo", "¿Cómo te atreves?" o "¿Quién te has creído que eres para hablarme así?".
Esta dificultad en encajar la ingratitud y la calumnia, por falta de humildad, le lleva a clasificar, a prejuzgar y a tratar de forma desigual a los demás. Si no es capaz de reconocer su propio defecto y superarlo, la desconfianza se apoderará de él a la hora de atender a las personas que se le acerquen pidiéndole ayuda. Sus prejuicios le pueden llevar a sentir reparo frente a ciertas personas y a decidir no ayudarles en la medida de sus necesidades, sino en función de la desconfianza, el miedo o reparo que siente hacia ellas, no siendo justo y equitativo.
Aunque el soberbio se crea autosuficiente, la realidad es que necesita amar y también sentirse amado para ser feliz, como todo el mundo, aunque le cueste reconocerlo. Por ello, su fachada de autosuficiencia se desmorona cuando se siente inseguro en los sentimientos. Ese temor a perder el amor que creía seguro le hace sentir desconfianza, tristeza, desesperación e impotencia. Y esto le ocurre porque todavía sufre de apego, tiene dificultad en compartir el amor de los seres amados.
Bueno, me parece una reacción bastante normal. ¿Acaso no nos ocurre a todos que tenemos miedo a perder el amor de los seres queridos?
Si hubiera llegado a experimentar al amor incondicional ya no sufriría de apego, ni tendría temor por nada, porque sabría que el auténtico amor no se pierde jamás.
¿Y cómo se supera la etapa de la soberbia?
Nuevamente amando, comprendiendo y evitando actuar conforme el defecto quiere. La soberbia disminuirá en la misma proporción en la que el espíritu desarrolle la humildad y el desapego, y ambas cualidades se desarrollan con la práctica del amor al prójimo, a través de la ayuda sincera y desinteresada a los demás. Si el soberbio, por temor a sufrir decepciones y humillaciones, se inhibe de dar la ayuda que está capacitado para dar, está dando alas a su defecto, y se estancará. Pero si vence sus temores y sus prejuicios, y se deja llevar por lo que siente, avanzará.
¿Y cuál es el origen del egoísmo desde el punto de vista evolutivo? Es decir, ¿en qué momento de la evolución de un espíritu aparece el egoísmo?
El egoísmo es una prolongación del instinto de supervivencia animal y comienza a aparecer en el momento en que el espíritu comienza a decidir por sí mismo, a experimentar con su libre albedrío. El espíritu que entra ya en la fase humana de la evolución acaba de estrenar su capacidad de libre albedrío. Aunque ya muestra un desarrollo incipiente de la inteligencia, debido a su escaso desarrollo emocional, sus decisiones todavía están muy influidas por los instintos, entre los cuales domina el instinto de supervivencia. La evolución pasa por independizarse totalmente de los instintos y buscar un camino propio, decidido por su voluntad, a través del aprendizaje del sentimiento.
¿Podrías ampliar tu respuesta?, no acabo de entenderlo.
Claro. Cuando el espíritu comienza a ejercitar su recién adquirido libre albedrío, lo hace a partir del instinto, que es una especie de programación biológica que recoge el conocimiento adquirido por el protoespíritu durante la fase de evolución en el reino animal y que es el germen a partir del cual se desarrolla la voluntad independiente del ser. Es como una configuración por defecto, un programa que le permite tomar decisiones automáticas sobre cuestiones acerca de las cuales todavía no tiene capacidad suficiente para decidir por sí mismo. Es como un piloto automático, que le corrige la ruta cuando todavía no sabe pilotar, y le permite experimentar el pilotaje sin estrellarse mientras todavía está aprendiendo a controlar los mandos de la nave. Entre estos instintos está el de supervivencia, que es como un programa que impulsa al espíritu encarnado a buscar alternativas para evitar la extinción de la vida física en cualquier tipo de circunstancia, por muy adversa que esta sea, y el instinto sexual, necesario para la continuación de la especie. Ocurre que, al mismo tiempo, el espíritu se siente insatisfecho porque siente un impulso nuevo y desconocido de alimentar sus incipientes necesidades emocionales y, debido a su ignorancia en los sentimientos, cree equivocadamente que lo puede hacer saturándose en la satisfacción de sus instintos, que es lo que ha hecho siempre, empleando su inteligencia en ese fin sin tener en cuenta el daño que pueda hacer a otros seres.
Tal como lo cuentas parece que la existencia del egoísmo sea algo inherente al desarrollo evolutivo.
Que el espíritu, en su camino hacia la perfección, pase por una fase egoísta, más o menos prolongada en el tiempo, que puede durar multitud de encarnaciones, es en realidad inevitable, e incluso beneficioso, porque le sirve para reafirmar su individualidad, su voluntad y para poder experimentar lo que se siente en ausencia de amor, lo que le servirá para apreciar lo que se siente en presencia de amor, a medida que empiece a sentirlo.
Por ello, las primeras manifestaciones del egoísmo en la primera etapa, que llamaremos de vanidad primaria, en la que se encuentran los espíritus jóvenes, son básicamente materialistas, orientadas a la satisfacción de los instintos más primitivos. Se despierta la codicia, la avaricia, la lascivia, que se manifiestan en actitudes como el materialismo y el consumismo, el hedonismo y, a nivel colectivo, en el imperialismo y el colonialismo, es decir, la explotación de otros seres por la ambición de poder y riqueza materiales. Es la etapa que todavía predomina en vuestro planeta, porque una buena parte de la humanidad todavía se encuentra inmersa en esta etapa de adolescencia espiritual.
A medida que el espíritu avanza en el conocimiento de los sentimientos, este egoísmo materialista comienza a transformarse en egoísmo espiritual. Es una fase de vanidad más avanzada. En esta etapa el espíritu continúa aferrándose al egoísmo, pero al mismo tiempo ya ha comenzado a desarrollar el sentimiento. Aunque todavía es reacio a dar, es capaz de reconocer la presencia de amor y el bienestar que produce y busca recibirlo. La avaricia se va transformando en apego y la codicia en absorbencia. Pero esto no se da de la noche a la mañana sino que se produce gradualmente, existiendo una fase de transición, una vanidad media, en la que coexisten todas estas manifestaciones egoístas (codicia, avaricia, apego y absorbencia) en diferentes grados y que es la que predomina en la Tierra actualmente. Puede costarle al espíritu miles de años desprenderse solo de alguna de estas formas de egoísmo. Pero a partir de determinado momento, cuando el espíritu comienza a adquirir conciencia de su egoísmo y de que al dejarse llevar por él está dañando a otros seres, es ya más responsable de sus actos y por tanto más sensible al sufrimiento que genera. Y entonces, en algún momento de ese proceso, el espíritu despertará su sentimiento, sentirá la necesidad de amar y descubrirá que necesita amar para ser feliz.
¿Qué ocurre entonces?
Que comienza la lucha por el amor. Se inicia la etapa del orgullo. En esta etapa el espíritu comienza a buscar no solo recibir amor, sino también darlo, pero encontrará gran multitud de obstáculos. Comienza a percibir, a ser consciente, a vivir en carne propia lo que es la incomprensión y la ingratitud. Y es que ocurre que la mayoría, las tres cuartas partes de la humanidad, todavía se encuentran inmersas en alguna de las fases de la vanidad. Están cosechando todavía el fruto de su etapa anterior y no entienden qué está pasando. Parece que el mundo se haya vuelto contra él y contra su voluntad de mejorar, de amar y de ser amado. Si sucumbe al desaliento emocional, el egoísmo volverá a tomar fuerza en su mente. Para evitar que hieran sus recién descubiertos sentimientos, cubrirá con una capa su interior. Se volverá desconfiado, huraño, solitario, porque verá en el aislamiento una salida para evitar el sufrimiento. También para evitar sufrir puede tomar el camino de la resignación. Se amoldará a lo que los demás esperan de él, para evitar agresiones de espíritus más egoístas. Comienza a gestarse la peor enfermedad espiritual que existe y que es la causante de una buena parte de enfermedades físicas graves: la autoanulación de la voluntad, del libre albedrío, hasta el extremo de llegar un momento en que el espíritu no actúa ni vive como es en realidad, sino que es un perfecto esclavo espiritual de su entorno, que llega incluso a creerse que quiere lo que en realidad le ha sido impuesto. Pero de este modo se sufre por no querer sufrir, y este es un sufrimiento estéril que no conduce a ningún progreso espiritual. En esta etapa del orgullo se encuentra casi una cuarta parte de la humanidad. La transición entre la etapa de la vanidad y la del orgullo tampoco se produce abruptamente sino que el proceso será gradual, de forma que coexisten manifestaciones de ambos defectos durante bastante tiempo.
¿Y cómo continúa esta historia? ¿Cómo se supera esta etapa?
Amando, siempre amando. Solo el amor romperá la coraza del orgullo. Como ya he dicho, el orgulloso tiene mayor capacidad para comprender y saber encajar mejor la ingratitud de aquellos que le hicieron daño que el vanidoso; para comprender que los que actúan egoístamente y con escasez de amor simplemente es porque todavía son espíritus jóvenes, en proceso de evolución, y que con el tiempo aprenderán, aunque necesiten de muchas vidas, porque el aprendizaje del sentimiento y el desprendimiento del egoísmo son procesos que necesitan de mucho tiempo para ser apreciables. Por el hecho de que no veamos cambios notables en una sola vida no quiere decir que el espíritu no vaya a avanzar. El que es bueno en esta vida es porque ya nació bueno, con todo el bagaje de conocimiento de otras vidas, y aunque se pueda avanzar mucho en una encarnación, no podemos exigir que alguien pase de ser un pirata a un santo de la noche a la mañana. Si no os desesperáis por que un niño no aprenda a hablar en un solo día, porque comprendéis que el aprendizaje del habla le cuesta al niño varios años de su vida física, no debéis impacientaros tampoco por que un niño espiritual tarde varios años espirituales, es decir, varias encarnaciones, en aprender a amar. Por ello, el espíritu que es más avanzado en el conocimiento de los sentimientos no puede pedir a otro que lo es menos que llegue a alcanzar su mismo nivel en una sola vida, si a él mismo le costó tantas vidas y esfuerzos el conseguirlo. Deberá conformarse con que aprenda hasta donde le es dado a su capacidad o a su voluntad. Debe recordar que, en algún momento, su evolución estuvo en ese mismo nivel, y alguien más avanzado que él estuvo a su lado, soportando sus actitudes egoístas.
¿Y si supera todo esto?
Se enfrenta a lo más difícil. Le falta todavía alcanzar la humildad y el desapego, es decir, la generosidad a la hora de compartir los sentimientos, objetivos que corresponde superar en la etapa de la soberbia.
El espíritu soberbio es un espíritu ya muy avanzado respecto a la media, y por ello es escaso en vuestro joven planeta. Se trata mayoritariamente de espíritus originarios de otros planetas más avanzados, que llevan más tiempo evolucionando. Quizás superen en muchos milenios la edad espiritual de la media del planeta. Al estar sus planetas más avanzados, prácticamente no existen en ellos ni la injusticia ni la ingratitud, con lo cual estos espíritus no encuentran circunstancias adversas que despierten su defecto. Vienen a este planeta precisamente porque se trata de un ambiente propicio para la manifestación de su defecto. Al ser la Tierra un planeta donde la injusticia y la ingratitud se dan en abundancia, estos espíritus se ponen a prueba en su defecto y voluntad. Y así, a través de pruebas más duras, logran avanzar más rápidamente. En sus encarnaciones en planetas menos avanzados suelen elegir desempeñar misiones de ayuda espiritual a los demás, por su gran capacidad, y porque así se ejercitan en la ayuda a los demás, lo cual necesitan para vencer su falta de humildad y su dificultad en compartir los sentimientos.
Toda esta exposición me ha generado un montón de preguntas más que me gustaría exponerte y que me fueras aclarando. Tienen que ver sobre todo con las emociones, los sentimientos, las diferentes manifestaciones del egoísmo que has presentado (vanidad, orgullo, soberbia). Me gustaría conocer algo más de ellas.
Adelante, pregunta.
Antes has dicho que el sentimiento y el pensamiento tienen origen distinto y que el egoísmo procede de la mente. ¿Quieres decir con esto que pensar es malo en sí mismo?
En absoluto. Lo que he querido decir es que es necesario que aprendáis a distinguir entre lo que sentís y lo que pensáis, porque a través de la mente es por donde se filtran al espíritu los pensamientos egoístas que os acaban confundiendo. El pensamiento no es malo en sí mismo. Solo cuando oprime al sentimiento. Cuando el pensamiento está en armonía con lo que se siente es un valioso instrumento al servicio del sentimiento, para que el sentimiento se transforme en acto amoroso. El problema de vuestro mundo es que se os ha enseñado a pensar sin sentir y, si el pensamiento no tiene la inspiración del sentimiento, se pone al servicio del egoísmo. La evolución en el amor también pasa por aprender a modelar el pensamiento con la voluntad del sentimiento y no con la del egoísmo.
No acabo de entender lo que quieres decir, ¿podrías exponer un ejemplo?
Claro. Imagina que ves a una persona muy querida, que tú eres hombre y que ella es mujer, y que hace un tiempo que no la ves. El sentimiento que tienes por esta persona te hace experimentar alegría y necesidad de expresarle cuánto la quieres, dándole un abrazo. Sin embargo, imagina que estás al lado de personas con prejuicios sexistas, que no encajan las relaciones de amistad profunda entre personas de diferente sexo y que luego sabes que os van a criticar y calumniar. Al ser consciente de este inconveniente cambias tu decisión y reprimes tus sentimientos, de manera que al ver a la persona querida manifiestas indiferencia por temor al qué dirán, y solo le das la mano de forma correcta.
En este caso el pensamiento, motivado por el análisis mental de la situación, ha cambiado el sentimiento, es decir, lo ha reprimido, ya que el sentimiento inicial era de alegría y tras la reflexión mental ha quedado en indiferencia. Este es un ejemplo de cómo el pensamiento oprime al sentimiento.
Pero entiendo que en la situación que has expuesto también hay que ser prudente, porque si quieres a la persona la puedes meter en un lío cuando te expones innecesariamente. Puedes buscar un momento más adecuado en un ambiente menos inquisitorio para hacer lo que sientes.
Ciertamente. Ser prudente es una virtud. La prudencia hay que ponerla para respetar el libre albedrío de los demás, porque muchas veces nuestras opiniones no van a ser entendidas o respetadas. Pero hay que intentar tener cuidado de no disfrazar el miedo con la prudencia. La prudencia modera la manifestación cuando las circunstancias no son propicias, pero no ahoga el sentimiento. El miedo sí. Si el miedo se apodera de la persona, esta reprimirá la expresión de los sentimientos, incluso en situaciones en las que no haya una amenaza o circunstancia adversa real, porque esa amenaza ya se encarga el miedo de convertirla en realidad en la mente. La represión empieza en el momento en que uno se inhibe de tomar decisiones respecto a su propia vida por miedo a la reacción de los demás.
¿Y de dónde vienen esos condicionamientos mentales que reprimen los sentimientos?
Una parte procede del egoísmo propio y la otra de la educación recibida desde la infancia, que en vuestro planeta es fuertemente represiva con los sentimientos. Durante mucho tiempo, vuestra forma de educar ha puesto el énfasis en el desarrollo de la mente y se ha utilizado a la propia mente para que reprima el desarrollo de los sentimientos. Los niños vienen a este mundo abiertos de par en par para manifestarse tal y como son, con un gran potencial para sentir y expresar sus sentimientos. Pero ya desde pequeños son condicionados para que experimenten apego en vez de amor, para que repriman los sentimientos, la alegría, la espontaneidad y para que se sientan culpables cada vez que experimenten algo de felicidad. ¿Qué es lo que se les ha enseñado a los niños durante generaciones? Que el buen hijo es aquel que es obediente, un esclavo de la voluntad de los padres, los profesores, los adultos y de las normas y conveniencias sociales.
¿Cuántas veces cuando el niño pregunta por qué ha de hacer algo que no comprende se le ha respondido: "Porque yo lo digo, que soy tu padre y punto"? Y si los padres están amargados, entonces el hijo ha de cargar con esa amargura. Muchas órdenes, mucha rigidez y poca libertad. Está mal todo aquello que se hace sin haber preguntado a los padres, o a los adultos. Está mal si se ríen, está mal si lloran, está mal si hablan, o si se callan cuando los padres no lo han autorizado. "Solo has de relacionarte con quien yo diga, querer a quien yo diga, hacer lo que yo diga. Es por tu bien", te dicen. En las sociedades fuertemente religiosas, todo es pecado. Es pecado manifestar cualquier expresión de alegría, de afecto, como un abrazo o un beso. En todo ello siempre se ve algo pecaminoso, obsceno, oscuro, diabólico y uno se ha de sentir culpable de ser feliz. Se convierte a la víctima en verdugo, al inocente en culpable. Por lo tanto, el niño llega a la conclusión de que la única forma de no sufrir es reprimir los sentimientos. Aprende a dar una imagen al mundo, la imagen de lo que los demás quieren de él, pero que en realidad no tiene mucho que ver con su propio yo. Y ocurre que el condicionamiento es tan fuerte, el fingimiento es tan continuo, que cuando llega la etapa adulta uno se cree que es lo que ha fingido ser.
La mayoría de niños, cuando se hacen adultos llegan a la conclusión inconsciente de que no pueden ser queridos tal como son, sino que siempre han de hacer algún mérito para recibir un poco de amor. Es decir, que se les enseña a creer en el apego, en el falso amor, posesivo, condicional, forzado, interesado, y se les hace renunciar al amor incondicional, libre, espontáneo. La consecuencia de ello es que hay poca gente que crea en el amor y que viva en el amor, que experimente, aunque sea un poquito, la felicidad que emana de él. Y en ausencia de amor, el egoísmo y todas sus manifestaciones más funestas campan a sus anchas. A pocos de los malhechores de vuestro mundo encontraréis que hayan sido queridos cuando fueron niños. ¿Por qué si hay un mandamiento que dice "honrarás a tu madre y a tu padre", no hay otro que diga "honrarás a tus hijos"? Muchos males de vuestro mundo se resolverían queriendo a los niños, porque los niños no han puesto todavía corazas a los sentimientos. Amarían y se dejarían amar. Amad a vuestros niños durante una generación y vuestro mundo se transformará en un paraíso en menos de un siglo.
¿Quieres decir con esto que hay gente que, aunque es conocedora de los sentimientos, es decir, aunque es capaz de amar, se reprime y aparece ante los demás como alguien frío, sin sentimiento?
Así es. Mucha gente es dura porque tiene miedo a sufrir, a que se descubra su debilidad, que es la falta de amor. Y por ello se cubre de capas, de corazas, como un caballero medieval con armadura. Y de este modo se sufre por no querer sufrir. Se sufre porque se evita el sentir, que es lo que uno necesita para ser feliz, amar y ser amado. ¿Por qué crees que hay tanta gente que tiene miedo a la soledad? Porque en realidad tienen miedo de enfrentarse a sí mismos, miedo de descubrir la gran verdad: "Estoy vacío". Y por eso la gente huye de sí misma, refugiándose en objetivos materiales, mentales, que le generen muchos quebraderos de cabeza o recurriendo a divertimentos que hiperestimulen la mente, con el fin de tener una excusa para no dar nunca con la verdadera respuesta. Para que la mente hable tanto y tan fuerte que acalle la voz del sentimiento.
Pero es imposible acallar la voz de la conciencia para siempre y en algún momento la mente se descuida o se bloquea por algún acontecimiento imprevisto o traumático, y la voz del interior vuelve a clamar: "Estoy vacío. Estoy vacío porque no siento. Porque yo no soy como manifiesto ser. Estoy siendo una fachada, una apariencia. He renunciado a ser yo mismo, un ser que quiere amar y necesita ser amado, y soy desgraciado por ello". Y cuando se toma conciencia de la realidad puede ser doloroso, impactante. En ese momento muchos buscan la forma de justificar la actitud que tomaron respecto a la anulación de sus necesidades afectivas, creyendo equivocadamente que si echan tierra sobre el asunto van a sufrir menos y todo volverá a la normalidad.
"¡Qué mal me ha tratado la vida! ¡Con qué gente más mala me ha tocado vivir! ¡Ni mis padres me quisieron! ¿Por qué tengo yo que ser mejor?", se dicen. Y la ira, el rencor, la desconfianza, la tristeza y la soledad les consumen por dentro. Y si tienen hijos, vuelcan en ellos todas sus frustraciones, "Para que aprendan lo que es la vida", se dicen, intentando justificarse, porque los niños son débiles y se dejan. Y entonces la tuerca vuelve a dar un nuevo giro hacia el desamor.
Pero es muy comprensible que alguien que haya sufrido mucho en la vida llegue a la conclusión de que nada merece la pena, ¿no?
Es cierto que la vida puede ser muy dura y que quien decida luchar por sentir tendrá muchas trabas, por la incomprensión de los demás, y eso le hará sufrir. Pero será un sufrimiento externo, provocado por las circunstancias, que merecerá la pena si la persona, a pesar de todo, consigue sentir y amar. Pero el sufrir por evitar sentir es un sufrimiento interno que se provoca uno mismo y es un sufrimiento estéril, ya que no sirve para avanzar en el sentir y el amar. Todo lo contrario. Puede provocar mucho sufrimiento y dolor porque, imbuido uno en el dolor, se siente con justificación para causar dolor a los demás, o ni siquiera se para a pensar en el daño que puede estar haciendo.
Ya, pero cuando alguien está acostumbrado a vivir en el dolor, el dolor parece lo más normal. Porque mucha gente se preguntará: "¿Soy yo capaz de superar el dolor, soy yo capaz de amar?".
Y yo me pregunto si no habrá alguien que diga: "Mira: todo este sufrimiento que he vivido no lo quiero más. Ni para mí ni para los demás. Ya he aprendido algo de la vida. Todo aquello que a mí me hicieron y que me hizo sufrir voy a evitar hacérselo a los demás. Todo el amor que necesité de mis padres y que no me dieron se lo voy a dar yo a mis hijos, a mis allegados, a todo el que se presente en mi vida". Y solo con la voluntad de cambiar y con la fuerza del sentimiento, la vida de uno dará un vuelco y se romperán los lazos del odio. Y la tuerca que estaba apretada comenzará a aflojarse y desandará una y otra vuelta del tornillo del desamor hasta que al final se libere totalmente. Y si todos los que viven en el dolor y el desamor tomaran una decisión semejante, el mundo cambiaría en una generación. La generación de los niños que fueron queridos por sus padres, la de los niños que no se pusieron corazas para evitar que les hicieran daño, la de los niños que no tienen miedo a amar, porque fueron criados en el amor.
Como ya he dicho, la capacidad de amar es una cualidad innata del espíritu. Por lo tanto, todos la tenemos. Solo necesitamos descubrirla y desarrollarla. Confiad en que esto es así y será. Y como ya dije, no solo se trata de amar a los demás: hay que empezar por amarse a uno mismo.
Pero ¿Qué es amarse a uno mismo?
Ya lo he dicho. Amarse a uno mismo es reconocer las necesidades afectivas propias, los sentimientos, y desarrollarlos para que sean el motor de nuestra vida.
¿Entonces es bueno quererse a uno mismo?
Por supuesto que sí. La autoestima es necesaria para ser feliz. Nuevamente lo repito: a lo que uno tiene que renunciar es al egoísmo, no al amor. Si uno no se quiere a sí mismo, ¿de dónde sacará la fuerza y la voluntad necesarias para amar a los demás? Vivir sin sentir es casi como estar muerto. Por ello muchas de las personas que viven sin sentir desean morir, porque albergan la falsa esperanza de que al morir se acabará su suplicio y así ellas mismas inician el proceso de autodestrucción de su cuerpo que llamáis enfermedad. Muchas enfermedades provienen de que la persona es incapaz de amarse a sí misma. Son aquellas personas con un nivel de autoestima muy bajo las más propensas a tener enfermedades del sistema inmunitario, como leucemias, linfomas y enfermedades autoinmunes. Estas últimas, las enfermedades autoinmunes, tienen que ver además con un sentimiento de culpa muy arraigado. Estas personas están tan deprimidas que difícilmente podrán darse a los demás. Primero tendrán que resolver su falta de autoestima.
¿Y cuáles son los pasos a seguir para amarse a uno mismo?
Primero, reconoced las necesidades afectivas propias, los sentimientos, y permitid que afloren para que toméis conciencia de que existen. Es decir, dejad de reprimirlos y pasad a desarrollarlos, para que sean el motivo de vuestra vida. Segundo, a la hora de actuar, hacedlo por lo que sintáis y no por lo que penséis, no por lo que os han enseñado que es correcto, si esto va en contra de lo que sentís. No permitáis que vuestros pensamientos, que están condicionados por multitud de razones, ahoguen vuestros sentimientos.
Mucha gente se preguntará si merece la pena dar ese paso.
Os aseguro que merece la pena, porque a medida que actuéis conforme a vuestros sentimientos comenzaréis a experimentar un poco de lo que es la auténtica felicidad, la felicidad del interior, que solo da el amor. También así evolucionaréis espiritualmente. Jamás renunciéis a vuestros sentimientos, porque es lo único por lo que merece la pena luchar y vivir. El principio es lo que más cuesta, porque la tuerca puede estar muy apretada. Habrá que poner mucha fuerza de voluntad, hasta que la tuerca empiece a ceder. Pero luego el camino se suavizará y los sentimientos que vayáis experimentando llenarán vuestro interior (¡¡de amor, sí!!) como jamás habíais sentido antes, y esto os dará fuerzas para continuar.
¿Y qué hay que hacer para amar a los demás?
Intentad ver a los demás como a vosotros mismos. Sed conscientes de que son hermanos, de la misma esencia y con las mismas necesidades del interior que vosotros. Todos tenemos las mismas capacidades y todos necesitamos amar y ser amados en completa libertad para ser felices. Si yo tengo sed después de estar caminando un buen trecho bajo un sol de justicia sin haber podido beber, ¿no ha de ocurrir que cualquiera en esas mismas circunstancias sentirá más o menos el mismo deseo de beber que yo? Pues con el amor ocurre lo mismo que con el agua. Todos sufrimos cuando se nos priva del amor y todos nos reconfortamos cuando se nos da. Por lo tanto, si observamos a alguien que está sediento de sentimiento, vayamos a darle de beber amor, al igual que cuando nosotros estuvimos sedientos de amor, hubo otros que nos dieron de beber.
¿Y si a pesar de nuestra buena intención hacia los demás recibimos ingratitud, desprecio o burla a cambio?
Cuando alguien os haga daño comprended que es por falta de evolución en el amor y que esta circunstancia la hemos de aprovechar para mejorarnos a nosotros mismos, porque seguramente si despierta algo negativo en nosotros es porque ese algo negativo todavía está en nuestro interior y debemos trabajar para eliminarlo. Como ya he dicho, hasta que el amor no se dé de forma incondicional, no podemos considerar el trabajo concluido, y el que encaja mal la ingratitud todavía no ha llegado a la meta, ya que en cierta forma todavía espera algo a cambio de lo que da.
Y alguien dirá: "¡Buf! Qué difícil es eso, porque si yo decido cambiar, pero los demás van a seguir igual, ¡cuántos golpes voy a recibir! No sé si merece la pena".
Y yo pregunto, ¿no es mejor que a uno le intenten dar golpes que uno pueda tratar de esquivar, a que los golpes se los dé uno mismo? Porque la gente que vive en el desamor es la que se está golpeando a sí misma y la que impide que nadie se acerque para quererla.
Lo que dices tiene sentido. Sin embargo me siguen surgiendo dudas.
Exponlas libremente.
Antes has remarcado la importancia de no reprimir los sentimientos, de que hay que expresarlos. Pero por otro lado hablas de la importancia de tener en cuenta las necesidades afectivas y los sentimientos de los demás. Y aquí va la pregunta: ¿no ocurre que hay sentimientos negativos como el odio, la rabia, la ira o el rencor que si los exteriorizamos pueden dañar a los demás? ¿Cómo se pueden exteriorizar los sentimientos sin hacer daño a los demás al mismo tiempo? ¿No son ambas acciones contradictorias entre sí?
Como tú lo has enfocado resulta una contradicción. De nuevo es necesario que aclaremos los conceptos para no generar confusión por un problema de insuficiencia del lenguaje, que utiliza la misma palabra, la de sentimiento, para definir cosas que son totalmente opuestas. Cuando yo antes hablaba de que hay que dejarse llevar por los sentimientos, me refería a los sentimientos que nacen del amor, que para distinguirlos habría que llamarlos amo sentimientos, que siempre son positivos, claro. Los que nacen del egoísmo, o de la lucha entre el amor y el egoísmo, aquellos que hemos llamado sentimientos negativos o ego sentimientos son otra cosa, por lo que hay que tratarlos de forma diferente (hablaremos de ello más adelante). Ciertamente, hay que evitar dejarse llevar por ellos porque podemos hacer mucho daño a los demás. En cualquier caso, el reprimirlos no conduce a nada. Solo a que nos hagan daño por dentro.
¿Podrías mencionar alguno de esos ego sentimientos?
Algunos ya los hemos mencionado cuando hemos hablado sobre la vanidad, el orgullo y la soberbia, porque son manifestaciones del egoísmo. Pero ahora los trataremos con mayor profundidad, sobre todo los que son más complejos y confusos de comprender, como el apego.
Estos son los más importantes:
1. Avaricia, codicia, lascivia, odio, agresividad, envidia.
2. Apego, absorbencia, celos, ira, rencor, impotencia, lujuria, culpabilidad, miedo, tristeza.
Todo esto me recuerda a los siete pecados capitales, ¿tiene algo que ver?
No son pecados, sino manifestaciones del egoísmo, aunque cierto es que si uno se deja arrastrar por ellos puede llegar a cometer gran cantidad de actos contra la ley del amor y la del libre albedrío, que tendrá que reparar.
¿Por qué los distingues en dos grupos?
Los primeros son manifestaciones del egoísmo más primitivas. En los segundos, aunque son también manifestaciones del egoísmo, hay un componente adicional, y es que ya hay implícito un conocimiento mayor de lo que son los sentimientos.
¿Podrías definir en qué consiste cada uno de esos ego sentimientos para que me haga una idea más exacta?
Sí. Empecemos por la avaricia y el apego. Los analizaremos de forma conjunta porque, como veremos, el apego es una derivación avanzada de la avaricia.
Avaricia-Apego
La avaricia es el afán excesivo de acumular bienes materiales. La persona avariciosa es aquella que tiene mucho para dar, materialmente hablando, pero se niega a compartir lo que considera suyo con los demás. Cuando el espíritu avanza en el conocimiento de los sentimientos pero mantiene su incapacidad para compartir, la avaricia material se transforma en avaricia espiritual. La avaricia espiritual es el apego, o dificultad para compartir el cariño de las personas que son consideradas incorrectamente como propiedad de uno, por ejemplo, los hijos, la pareja, etc. El que sufre de apego solo quiere querer a unos pocos y suele exigir que los demás hagan lo mismo. Hay mucha gente que equivocadamente cree que ama, y dice que sufre mucho porque ama mucho, cuando en realidad lo que le ocurre es que sufre de apego y por apego. Solo cuando el espíritu avanza comienza a reconocer la diferencia entre amor y apego.
¿Puedes explicar la diferencia entre amor y apego?
Sí. Cuando uno ama procura respetar el libre albedrío de la persona querida y el suyo propio. Intenta hacer lo posible para que la persona querida sea libre y feliz, aunque ello implique renunciar a estar con esa persona. En el caso del apego, la persona que lo padece está pensando más en satisfacer su propio egoísmo que en el bienestar de la persona querida. Por ello tiene tendencia a vulnerar el libre albedrío de la persona a la que supuestamente quiere, reteniéndola a su lado en contra de su voluntad o coaccionándola para que haga lo que uno quiere, obstaculizando al máximo las relaciones con otros seres, a los que considera su "competencia". Aquel que ama de verdad no es posesivo con la persona amada, ni se molesta porque la persona amada quiera también a otras personas. Puede que el apego se agote, pero el amor verdadero, el amor auténtico, no se gasta. Por querer cada vez a más personas no significa que se quiera menos al resto. Pero el apego nos hace creer que sí. Que lo que se le da a los demás se nos quita a nosotros. El que siente apego exige, obliga y fuerza los sentimientos. Siempre espera algo a cambio de lo que hace. Está muy pendiente de exigir, de recibir y solo da por interés, a condición de que se le dé primero lo que ha pedido. También por apego uno puede vulnerar su propio libre albedrío y obligarse a hacer cosas que no siente. El que siente auténtico amor da incondicionalmente y deja libertad a los sentimientos. No obliga, ni fuerza, ni exige nada a cambio de la persona a la que ama.
Me vendría bien algún ejemplo que me aclarara las diferencias.
Imagina que dos personas que dicen amar a los pájaros se encuentran.
La primera los tiene alojados en bellas jaulas doradas, en una habitación climatizada. Les da pienso de alta calidad y agua de manantial embotellada, y los lleva al veterinario periódicamente. La segunda simplemente les lleva comida al parque, los acaricia cuando se posan y les atiende cuando están heridos y no pueden volar.
La primera persona dice: "¡Cuánto quiero a mis pájaros! Me gasto una fortuna en ellos para que tengan todas las comodidades que no tendrían si vivieran salvajes! ¡Pero me duran tan poco! Siempre están enfermos y por mucho que me gasto en medicamentos y en veterinarios se mueren prematuramente. ¡Cuánto me hacen sufrir! ¿Qué puedo hacer?".
La segunda persona dice: "Los pájaros que yo cuido no me pertenecen. No están encerrados en jaulas, sino que viven en libertad. Soy feliz porque sé que ellos no están conmigo obligados por los barrotes de una jaula, sino porque lo han elegido libremente. Soy feliz porque los veo vivir como ellos quieren, volando en libertad. Sus pájaros, amigo mío, se mueren de pena, porque no son libres. Abra sus jaulas para que puedan volar en libertad y vivirán porque serán libres, porque serán felices".
El primero responde: "¡Es que si les abro la jaula se escaparán y ya no los volveré a ver!".
El segundo responde: "Si se escapan es porque han estado retenidos en contra de su voluntad y se alejan de lo que para ellos es una vida de esclavitud. Mis pájaros no huyen de mí, porque saben que son libres de ir y venir cuando les plazca. Al contrario, cuando me ven llegar al parque acuden inmediatamente, me rodean y se posan sobre mí".
El primero dice: "Lo que usted tiene es lo que yo deseo. Que mis pájaros me quieran".
El segundo dice: "Lo que usted quiere jamás lo obtendrá por la fuerza. Les ha colmado de comodidades para intentar compensarles de la carencia de lo que más ansían: volar en libertad. Si realmente les quiere, deje que vivan su vida en libertad".
¿Quién es el que ama y quién es el que siente apego?
Siente apego el que quiere al pájaro enjaulado. Siente amor el que quiere al pájaro libre.
¿Me puedes poner un ejemplo de cómo se vulnera el libre albedrío de otra persona a través del apego?
Sí. Hay apego en la madre que retiene a los hijos a su lado cuando estos ya son mayores y quieren independizarse por diferentes motivos, bien porque han encontrado una pareja o porque desean estudiar o trabajar lejos del hogar, etc. La madre que tiene apego intentará imponer su necesidad de estar con ellos, no respetando que ellos quieran vivir su vida de forma independiente y, de no conseguirlo, se sentirá emocionalmente herida y llegará a decir incluso que sus hijos no la quieren, intentando hacerlos sentir culpables para tratar de retenerlos a su lado. Hay apego en el padre que exige que sus hijos se dediquen a tal o cual profesión, que deben estudiar tal o cual carrera, si no, serán desheredados. Hay apego en el novio que le dice a su novia la ropa que puede y no puede ponerse, a qué hora debe entrar y salir de casa, con quién puede y no puede relacionarse. Este falso amor, el apego, es como una cadena, una jaula que aprisiona al ser objeto del apego, convirtiendo en carcelero al que se deja llevar por él, porque, como la persona que tenía enjaulados a los pájaros, el que sufre de apego ni vive ni deja vivir.
Me ha parecido lógico que dijeras que por apego uno vulnera el libre albedrío de los demás, pero me ha sorprendido que dijeras que por el apego uno puede vulnerar su propio libre albedrío. ¿Me puedes poner un ejemplo de cómo se vulnera el propio libre albedrío cuando se siente apego?
Pues sí. Por ejemplo, la misma madre del ejemplo anterior cuando se inhibe de realizar algo que su interior necesita, como, por ejemplo, dedicar tiempo a ayudar a otras personas fuera de la familia, debido a que cree que al hacerlo desatiende a la suya propia, a sus hijos o a su marido. Si la persona no supera el apego se sentirá culpable cuando atienda los asuntos que le llenan interiormente e incluso llegará a inhibirse de realizarlos por ese mismo sentimiento de culpabilidad.
Esta última manifestación de apego sí que me resulta sorprendente, ya que normalmente las personas que están muy volcadas en la familia suelen ser consideradas personas muy amorosas.
Ya. Es porque el apego está muy arraigado dentro de vuestra cultura y se confunde a menudo con el amor. Mucha gente, debido a la educación que ha recibido, lo tiene tan arraigado que lo ha interiorizado como algo propio de su personalidad. A la mujer se le hace sentir culpable cuando no está el 100% del tiempo dedicada a su marido, a sus hijos o al trabajo, y cuando dedica tiempo a personas fuera de su familia se expone a ser objeto de habladurías por parte incluso de personas de su propia familia que dicen mirar por su bien, que intentarán hacerle sentir culpable con comentarios del tipo: "Quieres más a esa gente que a los de tu propia familia" o "¿Qué se te ha perdido a ti por ahí? Tu sitio está aquí, con los tuyos" o "¡Qué van a pensar de ti!". Aunque el hombre ha dispuesto tradicionalmente de mayor libertad, no está exento ni de sentir el apego ni de que los demás le culpabilicen por apego cuando dedica tiempo a ayudar a otras personas que no son de su familia, de su círculo de amistades, de su pueblo o cultura, sobre todo si de ello no va a sacar ningún rendimiento económico.
Pero digo yo que, cuando uno se está dedicando a la familia, también habrá algo de amor ahí, ¿no?
Por supuesto. Una cosa no quita la otra. Ya lo he dicho y lo repito: el amor verdadero no se gasta. Uno puede querer cada vez a más personas sin que por ello deje de querer a su familia. Pero a mayor capacidad de amar, mayor compromiso con un mayor número de personas, y el tiempo del que se dispone habrá que repartirlo entre más gente. Esto puede ser percibido por las personas que sufren de apego como que se les quiere menos, pero no es así.
¿Qué pasa con la familia cuando uno decide dar el cambio? ¿Acaso no desatiende a los suyos cuando empieza a pasar tiempo ayudando a los demás?
Mira, uno de los obstáculos más fuertes que va a tener alguien que quiere empezar a cambiar, a reunirse con otras personas para hablar del interior, es que su entorno no lo va a entender y van a jugar con el sentimiento de culpa por no atender las obligaciones familiares. Fijaos y veréis que cuando una persona quiere ir a ver un partido de fútbol a la semana, que dura dos horas, que encima cuesta dinero, o bien a una discoteca o un bar, la persona no siente que abandona a la familia. Sin embargo, si la misma persona se va a hablar dos horas a la semana sobre el interior, para ayudarse a sí misma o a los demás, entonces le ponen mil y una pegas, y uno se siente culpable, al creer que abandona a la familia. Esto es por culpa del apego, es decir, de la dificultad en compartir. El apego no es amor y, si no vencéis este obstáculo, os quedaréis estancados.
¿Entonces la familia puede ser un obstáculo para el avance espiritual?
No. Lo que es un obstáculo es la incomprensión de los espíritus que no quieren avanzar ni dejan avanzar a los demás, y que utilizan todas las armas a su alcance para conseguirlo y para retener a los que quieren avanzar, incluso a quienes les unen los lazos de sangre, como la familia. Para el que vive en una familia comprensiva, la familia es un punto de apoyo para desarrollarse espiritualmente. Pero debido al escaso desarrollo de la humanidad terrestre, los que están dispuestos a emprender el despertar espiritual son minoría. Además, es muy difícil que, aunque en una misma familia haya varios espíritus afines dispuestos a luchar por avanzar espiritualmente, su despertar se dé simultáneamente. Por tanto, el pionero lo tendrá más difícil, pero es el que abrirá el camino a los demás. El propio Jesús tuvo que vencer este mismo problema, la incomprensión de su familia por apego. Le reprochaban constantemente que desatendía sus obligaciones familiares para atender sus asuntos espirituales, porque no lo comprendían. Le tachaban incluso de desequilibrado y le intentaron hacer sentir culpable, y más cuando José murió y él se tuvo que hacer cargo de la manutención de una numerosa prole. Pero no fue verdad, porque Jesús procuró materialmente por su madre y hermanos hasta que ellos pudieron valerse por sí mismos. Pero su misión era más extensa, con toda la familia humana. Esta falta de comprensión de la familia que vivió Jesús está reflejada en esta cita de los Evangelios. "Entonces él (Jesús) dijo: 'A un profeta se le respeta en todas partes, menos en su propio pueblo y en su propia familia'".
¿Es necesario renunciar a la familia para amar incondicionalmente?
¿Cómo puedes creer que el mundo espiritual exija a uno renunciar a la familia si precisamente es en el mundo espiritual donde se creó la familia como forma de estimular en el espíritu los primeros sentimientos? El amor de pareja y el amor entre padres e hijos son los primeros sentimientos que conoce el espíritu y se desarrollan a partir del instinto de apareamiento y el de protección de los progenitores por sus cachorros. Lo único que os digo es que para avanzar en el amor hay que abrirse a compartir, a ampliar el concepto de familia, considerando como parte de ella a todo ser espiritual. Mirad, es imposible que haya una auténtica hermandad en la humanidad si uno establece categorías a la hora de amar: los de mi familia primero, los de mi pueblo primero, los de mi país primero, los de mi raza, cultura y religión primero. Y si me sobra algo, para los demás. Esto es una forma de egoísmo disfrazada, porque lo que se da es siempre a cambio de recibir algo, no de dar sin esperar nada a cambio. Por ello, a la hora de dar se establece un escalafón, que pone primero a los que nos pueden dar más, segundo a los que nos pueden dar menos y deja fuera a los que no nos pueden dar nada. Este comportamiento egoísta vulnera la ley del amor, por mucho que haya cierta gente que intente justificar la solidaridad solo para abonados. En el momento en que tú excluyes a alguien del derecho a la solidaridad, esta palabra deja de tener sentido. Un ejemplo de hasta dónde se puede llegar con este tipo de egoísmo colectivo lo tenéis en el nazismo, que predicaba una supuesta solidaridad de raza, que se forjó a costa de suprimir y eliminar los derechos de las demás razas y creencias, y el libre albedrío de cada individuo.
Has hablado de que existe apego en la etapa de la vanidad y también en la de la soberbia. Parece que es un egosentimiento bastante difícil de superar.
Así es. El apego se inicia en la etapa de la vanidad y no se supera hasta el final de la etapa de la soberbia.
¿Entonces no existe ningún avance respecto al apego a medida que se va progresando espiritualmente desde la vanidad a la soberbia, pasando por el orgullo?
Por supuesto que sí. Pero los avances siempre son graduales. Ni es de la misma intensidad ni se alimenta de lo mismo el apego en el vanidoso, que en el orgulloso y que en el soberbio. En el vanidoso el apego es mucho más intenso, menos respetuoso con el libre albedrío de los demás, por el escaso desarrollo del sentimiento, y se alimenta del deseo de ser complacido y atendido, y de la debilidad del vanidoso para avanzar por sí mismo. En el orgullo y la soberbia el apego es menos fuerte, ya que está siendo sustituido paulatinamente por el amor, (hay una mezcla de ambos, amor y apego) y se alimenta del temor a no ser querido o del miedo a perder a los seres queridos.
¿Cómo se vencen la avaricia y el apego?
Lo contrario de la avaricia es la generosidad, es decir, que para vencer la avaricia hay que desarrollar la generosidad, tanto material como espiritual. La avaricia y el apego se vencen compartiendo lo que uno tiene con los demás, tanto a nivel material como espiritual.
Codicia-Absorbencia
La codicia es el deseo excesivo de querer poseer cada vez más (y aquello que se codicia pueden ser tanto bienes materiales como de cualquier otra entidad), aunque eso perjudique a otros. El codicioso es aquel que nunca está conforme con lo que tiene y quiere siempre lo que no tiene, también lo que tienen los demás, y no para hasta conseguirlo. Los codiciosos son espíritus derrochadores, porque no aprecian lo que tienen, y envidiosos porque siempre ansían poseer lo que tienen los demás. Cuando el espíritu pasa de la vanidad primaria a la vanidad avanzada, la codicia material se va transformando en codicia espiritual o absorbencia. Llamamos absorbencia a cuando la persona intenta, consciente o inconscientemente, atraer la atención de otras personas para satisfacción de sí misma, manipulando los sentimientos para que los demás estén pendientes de ella el máximo tiempo posible, sin preocuparse de si de esta forma vulneran o fuerzan el libre albedrío de la persona a la que quieren absorber. Por ello, la persona dominada por la absorbencia tiene gran dificultad en respetar a los demás, ya que suele pensar solo en sí misma. La persona absorbente busca llamar la atención a toda costa y suele utilizar el victimismo para conseguirlo. La absorbencia está muy relacionada con el apego y suele ocurrir que ambas formas de egoísmo se dan al mismo tiempo con intensidad semejante, es decir, el que sufre de apego suele ser absorbente. Los celos suelen ser muchas veces una mezcla de apego y absorbencia. A las personas codiciosas-absorbentes se les suele despertar la envidia o el sentimiento de animadversión hacia aquellos que poseen lo que uno desea y no tiene, y este objeto de deseo puede ser una posesión material en el codicioso o espiritual en el absorbente.
¿Entonces es incorrecto pedir que a uno le dediquen atención, pues necesita que le quieran, porque corremos el riesgo de ser absorbentes?
Al contrario. Todos necesitamos ser queridos. Es bueno admitirlo y pedir lo que necesitamos, ya que forma parte de la expresión de nuestros sentimientos.
¿Entonces, cuál es la frontera entre pedir que nos quieran y ser absorbentes?
Cuando se pide de forma sincera, sin obligar, sin engañar, sin manipular, no se es absorbente. Se es absorbente cuando se obliga, se engaña y manipula, en definitiva, cuando se vulnera el libre albedrío de los demás. Además, muchas veces no se pide amor, solo se pide una complacencia. El amor se ha de dar libremente, si no, no es amor, es obligación. Por tanto es incorrecto exigir que determinadas personas nos quieran, solo porque nosotros creamos que nos deben querer o atender, porque son familiares o allegados y están obligados a ello.
¿Cómo evoluciona la absorbencia a medida que se va avanzando espiritualmente?
De manera semejante al apego. Como digo, la absorbencia se inicia en la etapa de la vanidad avanzada como una derivación de la codicia y no se supera totalmente hasta el final de la etapa de la soberbia. A medida que el espíritu adquiere mayor capacidad de amar se va llenando más con los propios sentimientos, y se vuelve menos dependiente emocionalmente de los demás, con lo cual, ante el avance de la generosidad emocional, la absorbencia va perdiendo fuerza poco a poco. En el orgullo y la soberbia la absorbencia disminuye progresivamente.
Agresividad (odio, rencor, rabia, ira, impotencia, culpabilidad).
En el término agresividad incluimos todos aquellos ego sentimientos relacionados con el impulso de agredir, de hacer daño, bien sea a los demás o a uno mismo, como el odio, el rencor, la rabia, la ira, la impotencia y la culpabilidad.
La agresividad se despierta generalmente motivada por un estímulo exterior, una circunstancia que la persona se toma como un ataque a sí mismo o un obstáculo que le impide satisfacer sus deseos o anhelos. Es una degeneración del instinto de supervivencia. La agresividad puede ser una manifestación de cualquiera de los defectos, pero la razón por la cual se despierta es diferente en cada uno de ellos. En el vanidoso, la agresividad se manifiesta cuando este intenta llamar la atención o ser el centro de atención y no lo consigue, o satisfacer algún deseo y no se ve complacido, o doblegar alguna voluntad sin conseguirlo. Entonces recurre a la agresividad como una forma de imponer a los demás lo que busca. En el orgulloso y en el soberbio la agresividad se suele despertar de una manera más puntual pero con episodios que pueden ser más violentos. Se activa cuando no se les da la razón en algo de lo que están convencidos, cuando se sienten impotentes para solucionar alguna situación que no se resuelve como ellos quisieran, cuando se reprimen de hacer o expresar lo que sienten, o por haberse sentido heridos en sus sentimientos. Pueden ser más dañinos en estos episodios de ira que el vanidoso, porque tienen tendencia a acumular tensión y cuando pierden el control de sí mismos pueden explotar repentinamente.
Podéis asemejar las distintas agresividades del vanidoso y orgulloso con aquellas de un león y un rinoceronte, respectivamente. El león es agresivo por propia naturaleza, ya que es carnívoro y se alimenta de carne de otros animales, con lo cual la agresividad es innata en él. Esta agresividad es como la del vanidoso. Sin embargo, el rinoceronte es un animal herbívoro y no utiliza la violencia habitualmente, ya que no necesita cazar para alimentarse. Solo atacará en momentos muy puntuales cuando se sienta amenazado o herido. Esta agresividad es como la del orgulloso. La agresividad del soberbio es semejante a la del orgulloso y únicamente se diferencia en el grado, ya que al soberbio es más difícil dañarle en sus sentimientos. Por tanto, también es más difícil que se le despierte la agresividad por este motivo. Pero si se le despierta, puede ser mucho más destructiva que en los demás.
Dentro de la agresividad podemos distinguir diferentes variantes, cada una de ellas con sus matices particulares, que van desde el odio hasta la impotencia, pasando por el rencor y la rabia.
El odio es una agresividad muy intensa y duradera dirigida hacia otros seres. Es el egosentimiento más primitivo y pernicioso que existe, el más dañino, el más alejado del amor. Es el sentimiento máximo de desunión, de rechazo hacia otros seres de la Creación. El odio es propio de los seres más primitivos, menos avanzados, en el aprendizaje del amor. El que odia, llamémosle "odiante", cree siempre que su odio está justificado, y que puede controlarlo, pero acabará cada vez odiando a más personas y sembrando la desunión entre aquellos que estén a su alcance. Las personas que se dejan arrastrar por el odio son violentas, injustas, fanáticas, despiadadas y destruyen todo lo que tocan. Ya que la gente normal les rehúye, para no sentirse solos buscan encontrar a otros como ellos. Los "odiantes" se suelen afiliar a movimientos radicales y violentos, basados en la justificación del odio a los que ellos consideran diferentes. Pero ese mismo odio acabará por destruirles, porque van acercando al espíritu cada vez más hacia la soledad, la desunión con los otros seres de la Creación. Al fin y al cabo es lo que ellos querían.
La ira o enfado es una agresividad de corta duración, de mayor (ira) o menor (enfado) intensidad. La rabia y la impotencia son estados de agresividad interna más intensos y prolongados en el tiempo, activados por una circunstancia adversa que pueden ser dirigidos tanto contra los demás como contra uno mismo, en el caso de la impotencia, con la circunstancia agravante de la frustración de sentirse imposibilitado para cambiar el curso de los acontecimientos.
Las personas coléricas, irritables, es decir, a las que se les despierta la agresividad muy fácilmente por cualquier motivo banal, suelen ser personas amargadas, insatisfechas consigo mismas y con su vida, que no quieren profundizar en el motivo verdadero de su malestar, por lo que buscan culpables fuera de ellos mismos para autoconvencerse de que es lo exterior y no lo interior el motivo de su malestar, por lo que sufren por no querer avanzar. Se despierta entonces el rencor. Cuando el sentimiento de agresividad o impotencia está dirigido hacia uno mismo estamos entrando en el terreno de la culpabilidad.
La acumulación de agresividad en uno mismo provoca grandes desequilibrios a nivel del cuerpo astral, que si se prolongan acaban provocando enfermedades físicas. Por ejemplo, el odio contenido provoca enfermedades del hígado y la vesícula biliar. La impotencia provoca trastornos digestivos. La rabia contenida y el rencor acumulados provocan problemas en la dentadura (dolor de muelas y caries). La agresividad contra uno mismo o culpabilidad provoca enfermedades autoinmunes.
¿De dónde viene el sentimiento de culpa o culpabilidad?
La culpa es un ego sentimiento que procede de la lucha entre el espíritu y la mente, entre lo que se siente y lo que se piensa, cuando sentimiento y pensamiento entran en conflicto. En esto último, lo que se piensa, influye toda la educación recibida, incluidos los arquetipos y condicionamientos sociales, y el pensamiento egoísta. Uno se puede sentir culpable si actúa por lo que piensa, en contra de lo que siente. Muchas veces esto implica actuar por egoísmo en contra del amor. Por ejemplo, puede despertarse la culpa cuando debido a una actuación egoísta promovida desde el pensamiento, el espíritu, a través de la conciencia, detecta que es incorrecta desde el punto de vista espiritual. El espíritu censura a la mente, es decir, el sentimiento censura al pensamiento. En este caso, el sentimiento de culpa es positivo porque es un indicador de que la persona está evolucionando, ya que es capaz de reconocer su error. Pero también puede ocurrir lo contrario. Se puede sentir uno culpable por sentir lo que siente y por dejarse llevar por el sentimiento, en vez de por el pensamiento. Entonces es la mente la que censura al espíritu, el pensamiento el que censura al sentimiento. Esto último ocurre cuando los prejuicios y los condicionamientos mentales son muy fuertes, haciéndonos creer que determinados sentimientos están mal o son incorrectos. Y es una pena, porque a consecuencia de ello la persona puede confundir lo bueno con lo malo y llegar a concluir que el sentimiento es algo malo por los trastornos que le produce en su vida. Este es un tipo de culpa muy negativa porque obstaculiza el progreso espiritual, el desarrollo del sentimiento.
¿Podrías poner un ejemplo de este segundo caso que me lo aclare mejor?
Sí. Imaginad que a una persona se le despierta un sentimiento de amor hacia otra. El impulso inicial es el de intentar acercarse a la persona por la que se ha despertado el sentimiento para manifestárselo. Esto sería actuar de acuerdo con lo que se siente. Sin embargo, puede ocurrir ahora que la mente analice el sentimiento de acuerdo con sus propios patrones, condicionados por toda la educación recibida, llena de prejuicios y prohibiciones, y genere una serie de pensamientos censurantes contra la manifestación del sentimiento. Por ejemplo, puede sugerir inconvenientes que supuestamente van a afectar a que esa posible relación funcione (la diferencia de edad, de raza, de clase social, de religión, de creencia, de gustos y aficiones, etc.), o puede alimentar el miedo al rechazo ("Ella no siente lo mismo", "Te va a decir que no, vas a hacer el ridículo" o "¿Qué va a pensar de ti?"). Si el pensamiento puede sobre el sentimiento y la persona se inhibe de hacer lo que siente a causa de lo que piensa, vivirá reprimida y se sentirá culpable de no hacer lo que siente. Si la persona se deja llevar por lo que siente pero no ha modificado completamente su pensamiento para adaptarlo a su sentimiento, entonces le vendrán momentos de duda en los que los pensamientos volverán a atacarle y le harán sentirse culpable por haber hecho lo que siente y no lo que piensa.
¿Y cómo se puede vencer el sentimiento de culpabilidad?
Cuando la culpa se despierta a raíz del reconocimiento de una actitud egoísta, en vez de hundirse y deprimirse, lo que debe hacerse es actuar activamente para evitar que se produzca nuevamente y para reparar en la medida de lo posible aquello negativo que se hizo, empezando, por ejemplo, por pedir perdón a la persona a la que se hizo daño. Entonces el sentimiento de culpa desaparecerá.
En el caso en que se despierte cuando uno actúa por lo que piensa en contra de lo que siente, la culpabilidad se vence primero tomando conciencia de que uno no está actuando de acuerdo con sus sentimientos y segundo teniendo la valentía de empezar a hacerlo, a vivir conforme lo que siente, rompiendo con los esquemas mentales represivos que le impiden hacerlo. La persona que se encuentra a mitad de ese camino, es decir, que ha comenzado a vivir y actuar por lo que siente, pero todavía tienen fuerza en ella los condicionamientos mentales, los cuales la atormentan para que desista de su intento, necesita mucha perseverancia, mucha confianza en lo que siente y la firme voluntad de actuar de acuerdo con ello. Que sepa que si sufre no es por lo que siente sino por lo que piensa. Por tanto, debe modificar el pensamiento, no el sentimiento. Si se ve atacada por aquellos que no comprenden lo que siente, debe entender que se trata de personas que están atrapadas todavía por la mente egoísta y prejuiciosa, al igual que lo estuvo ella en el pasado. Debe tener paciencia y comprensión con ellas, pero no dejarse arrastrar por su influencia.
¿Y qué es el rencor?
El rencor es un odio atenuado a largo plazo, de efecto retardado, generalmente focalizado hacia alguna persona que nos contrarió o nos hizo daño, a la que se considera culpable o responsable de nuestros males. El episodio o episodios que despertaron la agresividad pueden haber ocurrido hace bastante tiempo. Pero la persona rencorosa guarda en su memoria dicho acto y lo utiliza para alimentar el impulso agresivo, esperando una ocasión para desquitarse, creyendo que de este modo conseguirá aliviar su malestar.
¿De dónde puede venir el rencor?
De la insatisfacción de no haber vivido conforme uno siente, de no haber realizado algo que quería hacer, de no asimilar alguna circunstancia difícil que le ha tocado vivir o por haberse dejado arrastrar por los defectos de uno mismo (miedo, comodidad, falta de voluntad, incomprensión, dejadez, etc.). Generalmente, el rencor se suele dirigir equivocadamente hacia las personas que han contribuido o colaborado a no haber vivido conforme uno sentía, hacia los que han puesto obstáculos para realizar algo que uno quería hacer o contra aquellos a los cuales considera los responsables de la circunstancia difícil que le ha tocado vivir.
¿Y cómo se puede vencer?
En vez de buscar culpables externos, intentemos tomar conciencia de dónde viene nuestro malestar interior y tengamos la valentía de modificar lo que no nos gusta de nuestra vida, a pesar de que esto nos pueda traer problemas añadidos. Intentemos comprender que ciertas circunstancias negativas que parecen una fatalidad del destino son a veces pruebas elegidas por nosotros mismos para superarnos en nuestros defectos y para aumentar nuestra capacidad de amar incondicionalmente.
Ahora vuelvo a sacar una de las preguntas que te hice anteriormente. Si exteriorizamos sentimientos como el odio, la rabia, la ira o el rencor podemos dañar a los demás. Pero si nos los guardamos nos hacemos daño a nosotros mismos. ¿Entonces qué hacemos con ellos?
Atajarlos de raíz. Procurar trabajar para que no se despierten internamente. Tomar conciencia de que la agresividad no viene del exterior, sino del interior, que se nos despierta porque la llevamos en nosotros mismos, que es una manifestación más de nuestro egoísmo. Si se despierta porque no se nos reconocen nuestros méritos es porque todavía no hemos superado la vanidad. Si ocurre porque sufrimos algún episodio de ingratitud o calumnia es porque tenemos que superar el orgullo o la soberbia. Que la agresividad es algo que depende del interior y no del exterior se pone de manifiesto cuando vemos que hay personas capaces de soportar las mayores impertinencias, los mayores ataques, sin perder la paciencia ni la sonrisa, mientras que otras, por cualquier motivo banal, estallan en ataques de cólera incontrolada. Los primeros son aquellos que espiritualmente han avanzado en la erradicación de la agresividad de sí mismos. Los segundos apenas han empezado a trabajarla. No nos frustremos si no podemos cambiar el universo exterior, sobre el cual tenemos poco poder de acción. Trabajemos por cambiar el universo interior sobre el cual tenemos todo el poder, y entonces lo que ocurra en el exterior dejará de ser motivo de enojo.
¿Cómo se supera la agresividad?
Primero, admitiendo que la tenemos, y segundo, intentando superarla a través de la comprensión.
¿Qué es lo que hay que comprender?
Comprendernos a nosotros mismos, comprender a los demás, comprender las circunstancias a las que nos enfrentamos. Comprender que a veces nos enfadamos porque no queremos admitir que estamos equivocados o no queremos reconocer ciertas actitudes egoístas en nosotros mismos. Si la agresividad se nos activa porque nos reprimimos nuestras opiniones, trabajemos por expresarnos tal y como somos. Si se activa porque alguien nos hace daño, comprendamos que se debe a la falta de evolución de ese espíritu, que todavía está escasamente avanzado en el conocimiento del amor. Que en algún momento nosotros hemos podido estar en su misma situación, en ese estado de ignorancia espiritual, haciéndole a alguien lo que a nosotros nos están haciendo ahora, y que si esperamos comprensión hacia nosotros, hacia nuestros actos de egoísmo, también nosotros debemos adoptar una postura comprensiva respecto a los actos egoístas de los demás. Debemos comprender que muchas de las circunstancias adversas a las que nos enfrentamos no están ahí para fastidiarnos, sino para estimularnos en el aprendizaje del amor y la superación del egoísmo, y que muchas de ellas las elegimos nosotros mismos antes de nacer. Y que otras, la mayoría, nos las hemos provocado nosotros mismos por nuestra rigidez, intolerancia, envidia, falta de respeto e incomprensión de las necesidades u opiniones de los demás.
Y si ya se nos ha activado la agresividad, ¿Qué hacemos para liberarnos del malestar sin perjudicar a nadie?
Hay una forma de desahogo a través de la cual se libera el malestar sin dañar a los demás, que es exteriorizar cómo uno se siente, admitir lo que se le ha despertado y exponer los motivos por los cuales se le ha despertado. Tendría que ser con alguien que no sea la persona con la que tenemos el problema, para evitar hacerle daño, preferentemente alguien que se caracterice por ser una persona pacífica, que no se deja llevar fácilmente por la agresividad, en la que además confiemos. Solo con exteriorizar el malestar uno se sentirá aliviado, bastante liberado del malestar provocado por la agresividad, más sereno y razonable. Posteriormente, cuando uno esté más tranquilo, ya puede intentar hablarle a la persona con la que tiene algún conflicto para buscar una solución. Pero debemos buscar la forma y el momento de hacerlo, nunca cuando estemos henchidos de ira o cólera, porque entonces podríamos hacer mucho daño, el mismo o más que el que nos han hecho a nosotros.
Tristeza, desesperanza, amargura, desesperación, resignación.
La tristeza es un estado emocional de abatimiento y decaimiento de la moral. Pasa con la tristeza que suele activarse por las mismas razones y circunstancias que la agresividad, pero cuando la persona es o está más sensible. Por ello es más difícil de detectar, porque resulta menos evidente que la tristeza pueda provenir del egoísmo. De hecho, los sentimientos de impotencia, culpabilidad y, en ocasiones, la rabia y la desesperación, son en realidad una mezcla de agresividad y tristeza. La tristeza puede aparecer cuando el ser desfallece, se desanima por no ver los resultados de su búsqueda, o por no ser estos resultados los que uno esperaba. Existen diversas variantes de la tristeza, cada una con sus peculiaridades. La amargura es una tristeza crónica, de larga duración, que no imposibilita realizar las tareas cotidianas de la vida, pero que está muy profundamente arraigada en el interior, es muy difícil de superar, y da la impresión de que la persona muere poco a poco de tristeza. Está muy relacionada con la desesperanza y la resignación, que son formas de tristeza caracterizadas por la falta de un motivo por el que luchar, por el que vivir, la segunda generalmente motivada por una circunstancia que la persona se resiste a asimilar. Un caso extremo de una tristeza aguda e intensa es la desesperación, que imposibilita a la persona realizar cualquier tarea normal de su vida y que la puede llevar a desequilibrarse psíquicamente y a cometer actos extremadamente perniciosos, como poner fin a su propia vida o a la de los demás.
No me esperaba que consideraras la tristeza como un sentimiento egoísta.
Pues lo es. Es muy normal que uno pueda sentirse triste de vez en cuando. Pero cuando la tristeza se convierte en un estado habitual de la persona, es una forma de estancamiento, porque la persona tira la toalla. La tristeza le sirve de excusa para no luchar por el avance espiritual.
¿Acaso hacemos algo malo a alguien cuando estamos tristes?
Nos hacemos daño a nosotros mismos e indirectamente a los demás, cuando por culpa de la tristeza nos desentendemos de hacer por los demás la parte que nos corresponde. Convivir con alguien que vive en la tristeza y la depresión es una circunstancia bastante desgastadora y, si no se tiene una gran fuerza de voluntad, es fácil que los que viven con alguien depresivo acaben contagiándose de ese estado de ánimo. Al igual que ocurre con la agresividad, también la tristeza acumulada puede provocar multitud de enfermedades. Hay mucha gente que enferma y muere de tristeza, y deja por terminar así las pruebas o misiones que tenía encomendadas en esa vida, al tiempo que abandona los compromisos de ayuda que tenía con otros espíritus, por ejemplo, padres o madres que al dejarse morir de tristeza abandonan a sus hijos.
¿Cómo vencer la tristeza?
Al ser agresividad y tristeza tan semejantes respecto a los motivos que las despiertan, la misma receta que propusimos para superar la agresividad puede aplicarse casi punto por punto para vencer la tristeza. La base de la superación de la tristeza es, por tanto, la comprensión. La comprensión con nosotros mismos, con los demás y con las circunstancias que nos han tocado vivir. Comprender que muchas de las circunstancias adversas a las que nos enfrentamos forman parte de un proceso de aprendizaje del amor, de superación del egoísmo, y que muchas de ellas las elegimos nosotros mismos antes de nacer. Y que otras nos las generamos nosotros mismos por falta de tolerancia, por rigidez e incomprensión hacia cómo son los demás. Debemos comprender que a veces nos ponemos tristes porque no queremos admitir que estamos equivocados o no queremos reconocer ciertas actitudes egoístas en nosotros mismos. Si se activa porque alguien nos hace daño, intentemos comprender que se debe a la falta de evolución de ese espíritu, que todavía está escasamente avanzado en el conocimiento del amor. Si la tristeza se nos activa porque reprimimos nuestra forma de ser, porque anulamos nuestra voluntad, entonces luchemos para expresarnos tal y como somos y conseguiremos superar la tristeza.